El niño indio se había aislado, era por eso que descansábamos en absoluta soledad, aunque custodiados por el gato manso y una luna que apenas se dejaba entrever entre las frondosas copas de unos árboles centenarios. El sol se hacía esperar, sin embargo mi brazo derecho le ordenaba a mi cerebro que debía despertar: el indiecito dormía entre nosotros, dá...
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